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Arona 17 de Septiembre de 2013
Por los años 1.980
y pico
Nueve años trabajando en Sioux
City o Cañón del Águila, en Gran
Canaria, dan para historias que
quiero compartir, esperando que
vivan un poco las emociones de
momentos pasados y dejarlos como páginas de un gran libro. En el poblado del oeste cada día había espectáculos, a las doce del mediodía y a las seis de la tarde, de martes a domingo. De martes a viernes, había barbacoas nocturnas, con baile en el salón, acompañando un grupo de música country además de canciones actuales.

Desde las ocho de la tarde , hasta las doce de la noche, con barra libre, pero podrán imaginarse la calidad de las bebidas, que volvían locos a los turistas y terminan comprando pistolas de fogueo, sombreros, alquilando caballos y dando disparos toda la noche.
Mi trabajo consistía en hacer los rótulos al estilo del oeste durante el día, para la decoración del poblado, y por las noches, extra de camarero, despachando copas sin parar para más de dos mil personas locas con el alcohol. A las doce paraba la música, cogía un carro de los del campo para transportar hierba y demás, y comenzaba desde el final del pueblo a cargar borrachos tirados por los suelos y dejarlos fuera del poblado. Era un mundo de locura programada, donde los turistas se quitaban el estrés de un año de trabajo en sus lugares de origen. Así durante nueve años, desde 1.984 hasta 1.993 y han sido años inolvidables, porque fue un sueño cumplido. De niño soñaba con vaqueros y pistoleros, sin imaginar el futuro en un western. Sin más preámbulo, contaré algunas historias.

El Caballo Blanco
Por las tardes tenía dos o tres horas libres y aproveché para montar a caballo y pasear entre montañas secas. Había un caballo blanco, con una energía sobrenatural y al menor despiste salía galopando a toda velocidad, teniendo que tirar de las riendas durante todo el paseo. Conmigo iba el amigo cocinero Antonio. A mí me dieron el caballo blanco y todo el paseo, estuve tirando de las riendas porque el animal quería salir al galope y no era un buen jinete. Antonio salió al galope con su caballo marrón y seguí solo por aquellos barrancos, siempre tirando de las riendas, pero decidí bajarme del caballo y caminar. El caballo salió a toda velocidad galopando solo hacia el poblado. Cuando iba caminando observé que Antonio, estaba tirado encima de unas piedras, hecho polvo y le pregunté qué había pasado. El me dijo que cuando iba con su caballo, pasó el caballo blanco a toda hostia a su lado, asustando al suyo, que levantó las patas delanteras tumbándolo a él encima de las piedras. Tuve que ayudar Antonio a caminar hasta el poblado y cuando llegamos estaban los dos caballos, en sus amarres y los actores pistoleros esperando con sus risas. Jamás volví a subir encima del caballo blanco, pero lograron quitarle sus nervios.

El Disparo en la Yema del Dedo Índice
En una de esas tardes, caminando de paseo con Antonio el cocinero, llevábamos una escopeta de perdigones de balines del cuatro y medio. Antonio apuntó con la escopeta pegada a su dedo índice, con la boca del cañón y dijo gritando, ¡Juan, mira!, y apretó el gatillo, disparando la escopeta y salió el perdigón enterrándose en la yema de su dedo índice. Comenzó a gritar del dolor y flipando pregunto, ¿Qué has hecho?, menos mal que no te dio por dispararme a mi Antonio. Tuve que llevarle al médico, para sacarle el perdigón de su dedo. Una historia que no encuentro una explicación, porque es surrealista.

El Saco de 10 Kilos de Mejillones
Uno de los pistoleros se llamaba Iván y tenía solamente dieciocho años, pero de mentalidad bastante menos. Fumaba hachís y hablé con él para hacer un trato. Le dije que si me traía un saco de mejillones frescos de la costa, le daba un buen hachís del Líbano, de alta calidad. Iván estuvo cogiendo mejillones muchas horas, hasta que llegó con un saco de los de cebollas, cargado de mejillones vivos, que todavía movían los cuernos. Cogí avecrem de sopas, lo bañé con aceite para oscurecerlo. Luego lo envolví en platina e hicimos el cambio. Al par de horas llegó con un mosqueo del copón, pero le aconsejé que fuera a la policía, para denunciarme por darle avecrem. No fue a la policía. Menos mal.

Kimbo Desnudo
Kimbo es un presentador que estuvo algún tiempo presentando los espectáculos del oeste. Asaltos a bancos, peleas, indios, traslados de ganados y algunas cosas más. Un día muy temprano llegó en su Ford a toda velocidad conduciendo desnudo al poblado y el coche se quedó enganchado en la subida de una montaña. Venía loco, porque su mujer se había ido con otro hombre. Antonio Mayor, uno de los pistoleros quiso calmarlo y terminó con la cabeza destrozada, porque Kimbo, le golpeó la cabeza con la primera piedra que encuentró. Al final lo agarraron entre unos cuantos y terminó en el hospital para recibir calmantes.

James Brown
En 1.987 inauguramos una plaza para espectáculos y conciertos, con gradas con capacidad para unas 3.000 personas, decidiendo traer a James Brown en paz descanse, para dicha inauguración. James Brown cobraba 7 millones de pesetas, por un concierto de hora y cuarto aproximadamente. Las entradas para el concierto se cobraron a 20.000 pesetas con derecho a barbacoa y barra libre, desde las siete de la tarde hasta las diez de la noche, que es cuando comenzaba el concierto y estaba prohibido llevar copas a las gradas. Me tocó ser acomodador y entraron unas 700 personas, sacando de beneficio unos cinco millones de pesetas en una sola noche, que no estuvo nada mal. Hubo que montar el escenario un día antes del concierto. Dos furgones en el aeropuerto, más un mercedes para James Brown. Pidió un camerino con secador de pelo, agua sin gas precintada por sanidad y coca cola. Un espejo de un metro por un metro rodeado de bombillas blancas y una sala con tres sillones cómodos. Dejó claro que no quería fotos, ni firmar autógrafos. Es el mejor concierto visto en mi vida, con unos músicos americanos de alto nivel sobre el escenario. Un día antes el grupo probó el sonido, fumando marihuana sin parar y aún haciendo muy poca publicidad del concierto aparecieron setecientas personas aproximadamente y la mayoría eran negros que les importaba un rábano la numeración de las entradas para sentarse. Se sentaban delante y no podías decirles nada, porque te ignoraban totalmente o te miraban con una cara de mala hostia. Al día siguiente cuando fuimos al camerino, para ver si habían dejado algo, solo vimos un calzoncillo rojo. Este tipo de conciertos, son de esas historias que jamás podrás explicar, como son las emociones y vibraciones del interior del cuerpo. Cinco trompetas al unísono, dos baterías, dos guitarras, los coros y un sonido a toda hostia, pero soportable porque siete millones de pesetas por una hora de concierto, son siete millones. Y sin contar pasajes, hospedaje y gastronomía de la mejor calidad.

En fin, espero que hayan disfrutado con algunas de estas historias y quedan más. Un saludo.

Juan Santana