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Arona 11 de Septiembre de 2013
Carta a mi tía Paquita
La mitad de mi sangre es aldeana
y materna, exactamente de la Aldea
San Nicolás de Tolentino, pueblo
situado al suroeste de Gran Canaria.
Crecí en Sardina del Sur, pueblo natal
de mi padre. Mi padre trabajaba de panadero
en La Aldea, tenía una vespa para chulearse, imagino, y después compró un Volkswagen escarabajo de segunda mano por ochenta mil pesetas, que con el tiempo cuando estudiaba Administración en Formación Profesional, el profesor de informática me confesó que fue el vendedor del coche y tuvo que denunciarlo, porque mi padre debía mil pesetas, 1963, que han pasado un par de telediarios.
Mis padres solían dejarme los meses de verano, julio y agosto en la Aldea con mi abuela Eladia, que llamábamos Yaya, una mujer santa, porque jamás la vi con mala cara, siempre con una sonrisa y una bondad única para con toda su familia.

Pero hablaré de mi tía Paquita, que ha sido una referencia de comparación durante casi toda mi vida, aunque comparar es feo, pero es un calmante, es una ayuda, un elixir para cuando nos quejamos de algunos problemas de la vida, porque su hijo José Manuel, primo hermano mío, nació con problemas físicos y psíquicos y desde su nacimiento está tendido en la cama, dependiendo durante toda su vida de personas para darle de comer, cambiarle pañales, bañarlo, calmarlo y un largo camino de sufrimientos, durante cuarenta y tantos años hasta el día de la fecha.
Una frase de mi cosecha, que algunos amigos repiten porque han comprendido su verdadero significado es la siguiente, “Muchas personas viven bien, pero no lo saben”. El día nueve de Septiembre de este año 2013, compartiendo tertulia con un señor que conocí, decía que llevaba cuatro años sin trabajar, durmiendo en su coche, sin poder conducirlo porque está sin seguro, además de no poder gastar el poco dinero mendigado, porque es para comida. Él compartió algunas pocas historias de su vida con las mías y terminamos la tertulia con la vida de mi tía Paquita y acabé llorando a lágrima viva. Él acarició mi cara con sus manos un poco negras de suciedad y sin embargo no importaba nada y espero que antes de una semana, consiga un trabajo para él, aunque sea en Francia, porque tengo un amigo que lleva algunas obras en esos lugares.
Mi tía Paquita, la cual no visito hace aproximadamente una década, hizo que mis lágrimas corrieran por mi cara, porque tal vez, estaba flojo y mis sentimientos no pudieron esconderse. Mi tía Paquita, es una prueba de las infinitas horas que perdemos aquellos que podemos luchar, cumplir sueños, caminar por las montañas y playas. Mi tía Paquita, es una prueba que demuestra nuestra ignorancia voluntaria en una sociedad entremezclada entre verdades y mentiras, donde todos sabemos todo y un poco más, pero estamos convertidos en unos seres hipnotizados, abobados y atontados, peleando por tonterías que cada día nos retrasan más. ¿Le dedicaría usted aunque sea medio minuto a mi tía Paquita con sus cuarenta y tantos años al lado de su hijo? Y si no a Paquita, a cualquier madre con una historia parecida, porque no diré que es un problema, porque un hijo para una madre, jamás será un problema. Es un amor, una gran responsabilidad hasta que la muerte los separa.
El mendigo al final terminó animándome, cuando lleva durmiendo en un coche durante cuatro años. Qué fácil es decir o escribir, cuatro años en un coche.
Juan Santana