Para que pueda ser publicado su comentario, por favor escriba un nombre de autor
Los siguientes comentarios son opiniones de los internautas, no de eldigitalsur.
No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
eldigitalsur se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere fuera de tema.
No está permitido realizar publicidad a través de los comentarios
Los comentarios enviados no se publican siempre al instante, depende de la hora pueden tardar en publicarse.
Arona 17 de Febrero de 2011
Los enfermeros
Hoy estuve hablando con mi amiga, la enfermera
Silvia Rodríguez. Estaba cansada y triste porque
las cosas no habían salido muy bien en el hospital.
Trabajó toda la noche, y las máquinas de diálisis estaban algo esconchadas. Sufría en el alma por la pena que le daba ver a los enfermos esperando.
Intento animarla diciéndole que las cosas no son perfectas y mucho menos las máquinas. Estaba un poco frustrada, pero Silvia todavía no es consciente del trabajo de enfermera y ojalá sea siempre así, para que la humildad esté brillando por su presencia. El trabajo de enfermera es un trabajo parecido al de los misioneros, luchando por animar a los pobres enfermos que abundan en los hospitales.

Los enfermeros son un bastón más a la moral de aquellos que viven entre cuatro paredes y a lo mejor tienen suerte de poder pasear por los hospitales asomándose a la ventana y ver cómo la vida sigue su curso, sin pararse cómo los relojes. No voy a profundizar ni contabilizar las veces que he visitado los hospitales ni tampoco las personas que ya no están en el planeta compartiendo las tonterías y cosas bonitas que vivimos. Incluso les cuento que una vez en Las Palmas en el Hospital Insular, me vestí de enfermero y me puse en la puerta, para que los visitantes me preguntaran si les dejaba pasar. A todos les decía que sí, y las broncas que se llevaban eran auténticas y las que me daban a mí también.

Pero es una locura más de mi vida, sobre todo porque me da la gana. Una vez me mosqueé  con algunos enfermeros, porque no me dejaron entrar con mi guitarra para cantarle una canción a mi abuela Eladia, que todos la llamábamos Yaya. (Si llega a estar Silvia, seguro me dejaba pasar). Simplemente quería cantarle unas canciones. Recuerdo que murió un viernes y estaba en Tenerife. Mi madre el domingo me llamó para que fuera a Las Palmas y me comunicó la noticia después de haberla enterrado. Le dije a mi madre por qué hizo eso y respondió que tenía miedo de mis locuras. Mi madre me conoce y sabía que algo raro hubiera pasado.

Ese lunes por la mañana llamo a un amigo director de Radio Faro, en el sur de Las Palmas, para que me dejara entrar en su programa de 10 a 12 de la mañana y hablar de las abuelas, además de pagar la deuda de cantar con mi guitarra para todas las abuelas. Su programa era uno de los de máxima audiencia. Qué casualidad que Ángel Pérez, enfermó y dejó que yo solito hiciera dicho programa que se llamaba “Hora Canaria”. Comencé hablar de las abuelas durante dos horas seguidas. Les conté a la audiencia, cuando llegaba con unas copillas de madrugada y ella se levantaba a las 5 de la mañana, para darme un café con una yema de huevo dentro. Muchas canciones folclóricas, más las que yo cantaba en directo. Cuando llego a la playa de Pozo Izquierdo, a la casa que mis padres en el sur de Las Palmas, mi madre estaba con los ojos rojos de tanto llorar y diciéndome que hice llorar a medio pueblo con mis locuras de amor para las abuelas.

Silvia, comencé contigo y contigo termino. Jamás te desanimes con tu trabajo, porque muchos te necesitan bien. Según nos ven nos miran. No lo olvides y ánimo siempre en la lucha por la vida.

Juan Santana