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Guía de Isora 4 de Oct. de 2012
Soy nacionalista
Es duro confesarlo, pero he llegado
a esta conclusión después de arduos
debates contra mi mismo – valga la redundancia –
y comprobar que la vida y la historia, individual
y colectiva, se ha conformado con fronteras, lenguas, razas, folclores, linderos, mojones y creencias religiosas. Y ahora en que el pequeño planeta cada vez más azul y más contaminado se ve inmerso (…) en la desunión adredemente programada por los de siempre que lo arreglarán cuándo se llegue a la cartilla de racionamiento. Creo.
Por lo que se me ocurrió ensayar sobre esta línea, yaciendo, perdón, sobre la cama del juego de cuarto de mi hogar tradicional y conservador (…). Que es, a proponer, cuando al alba sería (ya se dijo antes) en que mi esposa bienamada abandonó el tálamo – cosas de gases o de nervios – a deshoras y uno se halla ancho y tendido con todo el territorio bajo mi mando, mientras va amaneciendo y llega la aurora, que diría un político que hace de mantenedor en una de nuestras infinitas fiestas. O sea que, para centrarnos (…), es una mañana cualquiera en que el egoísmo cómodo se asoma al dormitorio y uno comprueba que lleva ocupando el lado de la cama que es el lado de la cama dónde uno pasa la mitad de la vida. Y durmiendo, que es una forma de desaparecer, coyuntural, ojo. Y, además, uno se despereza y llega al territorio desconocido, tan lejos y tan cerca.

Hay que ver. Y observo que hay otros mundos más allá de la frontera sutil e invisible que se marcó ya hace muchos años y que se traspasaba, previo pacto, para regresar cada cual a su lugar. Era la procreación, pienso. Y palpo la almohada ajena y me asomo al borde que se parece a mi recinto. Y miro a la cabecera donde la virgen de Guía sigue impávida guardando secretos de alcoba. Y un rosario – que a lo mejor era de mi madre – que cuelga de un clavo y que reza por mi, herético e ignorante, sembrando misterios indescifrables. Bajo el catre ya no se ve la bacinilla, menos mal, porque la moda era que el retrete se edificara aledaño a do el matrimonio duerme y medita. Un craso error. Más de una vez, la pituitaria (la nariz) le ganó la partida a la libido, después que la señora regresara del excusado sin medir las consecuencias. Y uno está solo y dueño de la otra mitad de la mampostería, perdón.

Por lo dicho y lo que no se me ocurre, ahora creo que soy nacionalista y he defendido mi parcela hasta la fecha. Y mi atávica cuasi misoginia se acentúa cuando veo que me traen a mi vera una taza de agua – hoy menta poleo – al lado de mi sector. “Es de poleo”, dice la seño ataviada con un coqueto salto de cama, tómatela, bobito, que sienta bien al estómago” Y uno, sonriendo, se la bebe soplando sobre la taza humeante. ¡ Ños que buena está! ¿De qué me dijiste que era?, de pasote, dice, hay que irse acostumbrando por si llega la moratoria, bébetela” ordena. Y uno obedece y alarga el rato en que la cama se muestra con crudeza y con todo su enorme poder e infinita paciencia.

Es decir que descubro que uno es nacionalista. Hay que joderse. Y abandono, es un decir, ese mueble milagroso y acudo, raudo, al inodoro que es marxista porque no discrimina a nadie por cuestiones de sexo, de raza o religión. Aunque, justo al lado, se muestra farruco el bidé que sabe de intimidades más que nadie. Y, luego, el espejo que refleja al revés lo que debería estar al derecho. Y el jabón de afeitar que es lo más machista después de la cera que depila.

Antes de salir echo un vistazo a la cama casi desnuda, con la colcha recogida y deshaciéndose de los últimos olores de la noche. Y le pico el ojo a la virgen que se mantiene joven y compruebo que las cuentas del rosario cuadran cada día, mientras el agua de la cisterna suena feroz, arrastrando todo lo que hay que arrastrar y haciendo justicia.

Pues, a lo mejor, soy nacionalista. Nunca es tarde.

Cheche Dorta