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Guía de Isora 7 de Julio de 2012
Los Medicamentos
El mismo día domingo, en que toda Spaña tenía el corazón
en vilo porque jugaba la final de la Eurocopa de fútbol ante
Italia, se producía el repago de las medicinas y entraba en
vigor (…) un real decreto (…) por lo que los pensionistas y
en general los enfermos tenían que pagar más, más, por surtirse de medicinas indispensables para seguir durando, perdón, sobre este valle de lágrimas, azul, tal vez demasiado azul. La Roja es otra historia de ficción, contradictoria.
Pues fui a la farmacia y guardé turno. Los que habían llegado antes debatían
– es un decir – con la licenciada en farmacia que intentaba con mucha
paciencia que el gobierno, sí, había decidido democráticamente que el enfermo agravara su mal al verse obligado a gastar lo que no tiene para seguir enfermo sin morirse, de momento. Y observé que un señor octogenario no se explicaba tamaña medida y, encima, no llevaba dinero en metálico (…). Pues con Franco esto no pasaba, dijo. Con razón. En la otra fila y ante el mostrador muy moderno y eficaz, una señora hablaba por su celular (nada que ver con la celulitis, aunque nunca se sabe), ya que la llamaron lo menos tres veces mientras le despachaban el cargamento para su suegro que, el pobre, está de dolores lleno. Un momentito, dijo, voy a salir a la calle porque es la primera vez, te lo juro cari, que me quedo sin cobertura, dime…

Mientras, el isleño maduro, muy maduro, no podía explicarse que tuviera que pagar por lo que le vendía la mujer que, ya se dijo, tampoco estaba muy segura de que lo que le decía era lo que había que decirle. Y, oh cielos, también el hombre sacó su móvil y dijo que voy a llamar a mi nuera – una casualidad – para que traiga los ebros y si hay que pagar se paga.

Natural y lógico.

Y en este momento dado irrumpe un mocetón desvestido con camiseta de baloncesto, bermudas, gafas de sol sobre la cresta peinada a la moda como una gallina sin nidal, mochilita en bandolera, etc. – todo de marca - y que aparcó la máquina con pericia en el vado del establecimiento. No saluda, pero dice alto y claro que es el momento de echar una mano porque el país está en la ruina. Está de baja y viene por unas pomadas que le alivien un esguince que se produjo tuneando el coche de un colega, ¿sabes?, no. Bueno, pues el verano pasado, la penúltima baja, tuve una lesión en los isquiotibiales haciendo pesas en el gimnasio, ¿oíste..?, sí.

Regresa la mujer que, por fin, acaba su conversación telefónica y paga sin preguntar el coste tirando de tarjeta y firmando con su nombre completo que casi no cabe en el angosto rectángulo del papelito. Y monta (…) en su cuatro por cuatro que es una obscenidad. Y llega, ya era hora, la familia del hombre mayor que se va, casi arrastrado por la parentela, con su dosis.

Y uno pregunta por el precio de la insulina. Vale, menos mal. La receta (electrónica) sirve aún, porque automáticamente se cambia el código y sabemos su declaración de la renta.

Siempre ha habido pobres y ricos, creo que escuche ya en la lejanía, al hombre mayor (o al joven) que se van casi contentos con sus bolsos ecológicos. Y no dejan de tener razón.

Ahora llegan los meses del verano, de los baños y de hacer ridiculeces que no se hacen el resto de las estaciones. Mucha gente – hasta parados – van a su apartamento para pasear por otras avenidas y hasta juegan al envite. Un tiempo perfecto para olvidar lo que hemos citado y a todo se acostumbra una/uno. El aire del mar, por la noche, dice el señor maduro, da salud, me relaja (…) y viene toda la familia que monta en la azotea una barbacoa y a mi me dejan tomarme un vinito que me da sangre.

Etc.

Cheche Dorta