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Guía de Isora 6 de Junio de 2012
SIGUEN…
Resulta que el otro día tuve que acercarme a la zona
turística dónde están las siniestras e indispensables
oficinas públicas que continúan usando papel antiguo
a pesar de las tecnologías y que hasta la fecha son los
documentos de verdad y aún dan fe, como comprobantes que demuestran que el ciudadano que no sabe lo que es ciudadanía ha pagado sus obligaciones.
Otros, la golfería rica, no y, además, van a lavarse – ya era hora –
declarando el diez por ciento de lo robado.  Pues uno, después de
guardar la cola y que me atendieran bien, salgo a la calle, al terraplén
dónde el coche se llena de barro como en El Mojón,  porque el ayuntamiento, antes y ahora, poco le importa esta circunstancia. Antes y ahora, insisto. Y me encuentro, de refilón, a un cargo (político y en sus ratos libres empresario) diblusado en una coqueta terraza, ante una copa que contiene un líquido color pastel y que se halla acompañado de un individuo con una cara de aburrido centroeuropeo a ojos vista; tal ve sea alemán, pensé, porque aparentaba un hombre educado, alegre, elegante, limpio…y lo que se dice fino, muy fino; un europeo de verdad, educado (…) en los principios de la Democracia Cristiana como frau Merkel, Mariano el nuestro o Zoria el que es el más nuestro todavía, o, ¿por qué no decirlo?, Spínola o el sargento Abreu – casi patrimonio – portadores de las esencias más rojas de la gama fuscia, del PSOE, en este momento dado. ¡Hola!, ¿qué tal?! saludo; pues aquí, tomando un refrigerio, me responde el político licenciado en economía, administración de empresas o similar (que eran las carreras más apreciadas por las suegras antes de la crisis),  espero a un inversor, ¿y tu?. Y le explico que vine a sacar mi vida laboral, por si las moscas. Lo de las moscas no le suena “para nada”, ¿tomas algo?, inquiere, sí, le digo una cerveza, ¿a estas horas..?, se extraña, sí, a estas horas, ¿por qué no?, me atrevo…, vale, yo es que hasta el mediodía, gracias a dios, sólo bebo infusiones, hay que cuidarse. Vaaaaaale. Y chasquea los dedos y presto llega el camarero que ya tiene hasta confianza y conoce al pájaro, perdón, por la cagada. Después de la comida, dice, visito a un barrio aquí cerca que me dice el alcalde que tiene un bache que hay que reparar, iré, hay que cumplir, porque creo que los vecinos están dispuestos a manifestarse e, incluso, cortar la carretera. Mi presencia es inaplazable. Ya te digo que después del almuerzo iré. ¿Te digo el frugal menú?, si porfa, dímelo. Bueno: pues habrá unos entrantes nórdicos, ya sabes: algo de brócoli, caviar, tempura de col con algo de cava bien frío. Luego un poco de pescado, una dorada a la sal evadida de las jaulas y un solomillo troceado, poco hecho y con guarnición de espárragos trigueros y un ligero toque de trufa; unos profiteroles para hacer la digestión. Ah, y todo ello regado con un ribera de la añada del dos mil ocho, ¿recuerdas?, que es un caldo con cuerpo, con sabor a cerezas maduras, olor a bosque y a tierra mojada y con un poderoso regusto en boca…., no se si me explico. Si, le digo. Lo entiendo, caballero (porque lo de compañero suena como mal)

La pérdida de tiempo es la definición. Quise pagar la abusiva comanda que los restauradores llevan cobrando al personal – la caña uno ochenta euros – y el cargo no me dejó, faltaría más, me alegro y cuídate. Contrólate el azúcar, me recomienda. Y me voy caminando a punta pié porque el aparcamiento (…) parece un terrero de lucha canaria trillado por los ligeros luchadores, tan nobles, tan rapados y peinados tipos San Antonio y tan mañosos; los que recogen el reconocimiento del público en forma de monedas lanzadas al aire por el espectador entregado. Tradición que hay que mantener, dice un pollo.  Y ya cojo el camino, pensando cual será la opinión que tendrá el político sobre las prospecciones, el hospital público, el anillo insular que no se cerrará, etc. pero el está en otros departamentos, creo.

Bueno, pa no cansarles, el consejero comió y fue al pago (…) para contemplar in situ el socavón que causó la lluvia en la década de los noventa cuándo aún caía agua del cielo y prometió ante el concejal de obras, cultura y deportes, que en el primer trimestre el problema estaría resuelto: llamo a dos ingenieros, un director de obras, tres topógrafos, seis peones y el bache quedará a nivel trancado. Juro o prometo. Saldremos de esta, dijo antes de despedirse.

Noto que los bajos del pantalón se manchan de tierra aledaña al edificio ¡que se llama Edén! y que al arrancar el vehículo levanta una nube de polvo y que una fila disciplinada de chancletas va a la playa. Y que tengo una tira de papel (…) que me dice que trabajé cuándo era joven, menos mal. Pongo un DVD y escucho que en alemán, un rubicundo tenor, canta un aria de Sigfrido Y siento algo de nostalgia. Y bastante rabia aunque estoy vacunado, por mis descendientes que son muchísimos mejores que los maduros (…), lo que resulta contradictorio e incomprensible. Si tuviera treinta años menos –medito- iría al barrio dónde el consejero que nada sabe aconsejar promete que el bache se llenará de piche y que ninguna vecina tendrá problemas de desplazamiento, y portaría una pancarta de protesta contra tanto malandro, de acá y de allá, que alguien dejó entrar.

Sobran, por lo menos, un millón de malandros. Creo. Y que alguna vez será obligado hablar de este asunto nada menor. Y como todo el mundo sabe las cuatro reglas, no es muy difícil hacer la cuenta.

Cheche Dorta