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Guía de Isora 27 de Diciembre de 2011
La Guagua
Veo pasar por la avenida un tremendo autocar,
podemos llamarlo guagua, bien pintada de verde
con sus letreros fluorescentes, sus números
que indican líneas precisas y sus conductores
bien parecidos y con ropas adecuadas; ah, y con aire acondicionado y – si se tercia – hasta con pantallas que pueden dar una película mientras se cubre la ruta.
Y observo que casi siempre va uno, dos o tres viajeros, no más. Vacías, las guaguas tan nuestras, tan sufridas, tan generosas e históricas. Mientras, con demasiada prisa, los turismos (…) egoístas, pidiendo paso para no llegar a ninguna parte. Pi, pi, pi, tengo emepetres o  como se diga, y con el chunga-chunga con música (…) a toda pastilla; es la edad, dice su mami que es la avalista. ¿Qué estás oyendo, colega?, yooooo, no sé, es lo último en tecnología, me entretiene, ¿entendés?, sí. Pues tengo manos libres (…) para que veas, puedo hablar con la pibita, ¿viste?, no. Pues es lo que hay, passso, y te dejo porque me llaman por la otra línea.

Pues cruza la guagua bastante guapa sin viajeros (valga la redundancia)  mientras, también, oteo en la lejanía de la ruta de los caminantes a un antiguo cobrador, que anda porque se lo ordenó el médico, tiene azúcar y obedece. Se para, sólo un instante y me interroga: ¿qué, cogiendo fresco?, sí, le digo, me siento en la silla de la terraza más que nada por recordar cuándo sacábamos una de la casa, en las noches de verano para hablar…, está bien, sentencia. Y pienso que en la devastación de esta figura – la del cobrador – que fue cuando comenzó la cifra de los parados en pro (o tal vez en contra) de cargarle al chofer todo el peso del pasaje, de nuestra mini revolución industrial sin industria. Lo detengo un poco: ¿Se acuerda, maestro, cuándo la guagua partía de Icodem repleta…?  Sí,  se ríe con satisfacción, ¡claro que lo recuerdo! Aún tengo grabado el cartelito que decía “Prohibido escupir en el suelo y molestar al conductor”, pura poesía, dice, ya no hay letreros como entonces. Con decirle que ya la gente ni escupe, se lo digo todo. Antes, un vecino con la garganta esváida, se apalancaba en la puerta de cualquier café y pegaba a lanzar pollos y dejaba la calle que daba pena, o no. Hasta la palabra escupitina, tan graciosa, desapareció ¡es el modernismo! Y era normal, como ahora tirar la colilla al suelo, o peor, no se sabe. Hasta en los establecimientos había escupideras decoradas y bajo las camas igual. Bueno, murmura casi, si seguimos con esos asuntos podíamos acabar con el camisón que vestían las recién casadas con el agujero en su lugar dél, ¿entiendes?, si. Bueno, manténgase fuertito y me alegro. Y se va el excobrador, cumpliendo la prescripción facultativa del doctor que – como el pescado azul – antes era malo y ahora no. Algo de reposo no vendría mal, creo que dejó suelto el jubilado que ya se aleja.

Y vamos a recordar la ruta infernal que cubría la guagua,  llena de miserias y de fatigas. Por ejemplo, allá por El Valle era parada obligatoria y, se bajaba uno mariado como un perro oyendo como un veterano decía “póngame un misturao”, arrimado a la barra del único bar que estaba abierto (y cree Sabina que algo descubrió), mientras su señora íbase al retrete que estaba decorado con murales ecológicos que también parecen un ensayo y dónde podía leerse tal que así: “aquí se caga -  perdón -  aquí se mea / y el que tiene tiempo / se la menea…”, como si nada y que se mantenía indeleble. ¿Y usted que quiere..?   ( porque  en el país se trata así cuándo algún trance ocurre o se pelea el matrimonio),  pues yo, no sé…, más bien un anís, no sé…,- Dice la señora ya aliviada, hasta que llegaba la orden: ¡Va – mo – los!, que cantaba el cobrador.

Bueno, decirles que hubo viajes en los que se jugó hasta un envite para dar tiempo, mientras la guagua se refrescaba, el viaje tenía que durar dos horas (dos) exactamente, la legendaria deriva que también recordaba un cartoncito:  “de Icod a Guia, o viceversa”, como rezaba otra cartel interior y los tiques que certificaban el pago y que el que cobraba los llevaba en la punta del dedo gordo, ufano y vencedor de la plaga del mareo. Más de cien curvas que se dice pronto. Subiendo. Y en la bajada más o menos lo mismo. Bar Abreu dónde se rajaba caña a atutiplen, por lo del frío y que se ubicaba en la zona de la Isla  dónde nos encontramos: unas veces se ve a El Teide al derecho y otras al revés, depende de la curva y del mareo. Temoso. Decían que la Cocal vendía un par de garrafones en aquella parte que tienen habitaciones en un municipio y el traspatio en el vecino.  Años más tarde se permitió horadar una montaña donde Las Tetudas montaron su bar con carne de cabra los fines de semana, aunque ellas estaban a régimen y casi vegetarianas, pero se mantenían lozanas dentro de lo que cabe, derramando lisura sobre el mostrador.

Pues la guagua salía de Icodem atestada. Y como decía el cobrador: “arrejálense  p ´alantre que cabemos…”. Así hasta El Tanque y parando dónde quisiera el pasajero al que sólo le bastaba tirar de un cordón que cruzaba el techo del vehículo con timbre  y todo. Curvas interminables subiendo hasta la Cumbre hasta donde llegaba resollando la guagua después de haber dejado por el camino a casi todo el pasaje. Huelga (…) decir que la niebla, los brezos, la peligrosidad de la carretera, el humo de los cigarros y de la humanidad doliente, atenuaba el grito guerrero:  ¡Va-mo-los!, ordenaba el cobrador. Y, además,  la baca del techo a veces llena de fardos, de sacos de papas, hasta de baifos y otros animales y cosas. Y los abismos del precioso norte de la isla que se acercaban a las ruedas del vehículo, pero que no daban miedo porque ya había demasiado. A mi me operó don Fulanito ¿y a usted?

Veo pasar tremenda gandola de guagua casi vacía.

Como llegaba al final del trayecto, dejando a los penúltimos en Tamaimo. Y se recorrían los tramos finales – siempre curvas – escuchando al cobrador que ya había hecho el día hablando de fórmulas culinarias antiguas y de mujeres; de ungüentos afrodisíacos y de la buena semilla de la col abierta (ideal para un buen potaje), de marcas de coches, de vinos y de pimientas; de boleros o curas represaliados, de la iglesia de Ruigómez, cuyo techo se cayó porque no estaba bendecído, del Tanque Alto y del Bajo, de cuándo una orquesta se trasó en el puentito de La Cumbre; de curanderas que tienen un don, etc.

Y la guagua, otra vez, llegaba resollando al final del viaje, llenando de humo las primeras casas del pueblo más lejano de los otros pueblos, ya de noche. Dos horas recorriendo más o menos treinta kilómetros, exactamente.

Y veo una guagua, verde y guapa, pasar casi vacía.

Cheche Dorta
Comentarios
Querido Cheché:
Muy lindo el articulo y/o recordatorio de aquellas guaguas 'chipirilas' que desde Guía de Isora te acercaban hasta aquellos sitios, hoy tan cercanos, tan lejanos entonces. Pero, (siempre hay un pero), el caso es que también la vida era, muy a pesar de la 'hambruna', menos traumática que esta vida 'moderna'. El servicio de las guagüas 'verdes' que usted señala es pésimo desde el trato, siempre prepotente de los conductores que, no es mentira, siempre van bien vestido. ¡Ay de aquel turista incauto que suba sin la camiseta porque el sol nuestro de cada día lo sorprendió! Es insufrible la espera, es una especie de 'apalancamiento' vil, una tortura que dura horas y en Guía de Isora más; muy a pesar de la moderna estación que se construyó. Y, mire usted, querido y admirado Cheche, los que usan estos muy bonitas y confortables vehículos son en principio turistas y en otro caso trabajadores que, pueden contarlo, por sufrir lo antes expuesto terminaron comprándose un 'cuatro latas'. Ah, y los 'pibitos' que escuchan musiquita de ordenador no usan, salvo durante el verano, las güagüas.
Yo recuerdo que mi madre me mandaba en la guagua pequeña (el micro lo llamaban) a Icod para que me vacunaran por la alergia. Y mi madre le decía al que "manejaba": "lo deja en la puerta del practicante" que más luego el va solo a la parada y ya me lo trae. Si se porta mal le pega un buen "pescosón". Cuando eso yo tenía 7 años.
Saludos Cheché.