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Guía de Isora 20 de Diciembre de 2011
Los Villancicos
cuando no había frío
He creído conveniente escribir un poco sobre
aquellos años en que teníamos una rondalla
que se reunía tácitamente para cantar en aquellas fechas. Casi un mes antes de la noche buena para ensayar legendarios salmos dedicados al Niño Jesús, a la Virgen y a San José cepillando tablas,  a los pastores, a la vaca y a la burra.
A los pampanitos verdes y a las hojas de limón, a los reyes magos de oriente y hasta la ropa que se lavaba como debe ser. Al oro (…), al incienso y a la mirra que ignorábamos.

Ya digo que no hacía falta un SMS (parece mentira que no existiera el teléfono móvil ni Internet) y siempre había quien se supiera las letras anacrónicas transmitidas oralmente. Y los acordes y el tono del corre corre al portalico (ico) y de la segunda voz de las metáforas de Lo Divino. Se cantaba hasta en peninsular, cuándo la jota no era isa y el contro no era timple. Bueno, pa no cansarles, diremos que no había nadie presunto, porque todas y todos iban por amor al arte, salvando las distancias, que de todo había también. Mujeres maduronas que se ajeitaban con laúdes y con la solfa y veteranos parranderos imbatibles; agregados que se encargaban del licor para cada sexo (…), aunque se ofrecían brindis a las puertas de las casas que sabían que el sonido de los villancicos era muy saludable. Era cuándo aún no habíamos descubierto el clima. No había frío o, por lo menos, la gente no se quejaba. Y tenía más razones para clamar al cielo (…) que ahora. En serio.

Y en los descansos, después del anís y otras bebidas, hubo hembritas farrucas que se atrevieron a cantar antiquísimas letras que hablaban de novios que se fueron, mientras sus compañeras – cogidas del brazo – le hacían los coros con dignidad.

Y en la Nochebuena, en la iglesia, la rondalla sonaba peor que en los ensayos puesto que la ingesta de la cena desacostumbrada, hacía mella en las gargantas y en la afinación de los instrumentos; amén (…) de que algunos íbamos a fumar detrás del altar o subíamos a la torre mientras el sacerdote marcaba los tiempos que nos sabíamos de memoria. Hubo, incluso, quién orinó en lugar sagrado.

Bueno, pues esto es lo que hay y lo que hubo. La historia se repite con ligeras variantes, aunque los peces sigan bebiendo en ríos que no existen en este país que no es nuestro, y que las trompas y los clarines, la tambora y el timbal anuncien – otra vez y van dos mil once – el nacimiento de nuestro Dios celestial.

Espero haber acumulado puntos para salir más pronto que tarde del Purgatorio.

Felicidades y me abstengo del “próspero Año Nuevo” por razones obvias.

Cheche Dorta