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Guía de Isora 5 de Diciembre de 2011
La escuela de antes
y los maestros torturadores
Como parece que la mayoría silenciosa está
a favor de la educación como irrenunciable
logro de la socialdemocracia (…) y que puede
estar en peligro la escuela pública, hemos creído conveniente – entre elección y elección – hablar un poco, más que nada para no perder la perspectiva, de lo que fueron aquellas academias, colegios y escuelas donde los maestros ejercían como cabos de vara atribulando a sus discípulos (que es mucho decir) torturándolos con instrumentos que desechó la Santa Inquisición hasta hacerles desertar de esa etapa de su vida y convertirse en lo que hoy son: seres que pudieron ser lo que era lógico.
Recordemos, por ejemplo, a una paleta diseñada por un carpintero, con mango y todo, que se usaba cotidianamente para golpear con saña las palmas de las manos de los alumnos. O una vara de acebuche o de membrillero – ahora que me acuerdo – que usaban los curas reciclados como profesores y que ejercitaban con pericia, lanzándola así, acertando casi siempre en las cabecitas de los pobres educandos (…) aterrorizados ante tamaña crueldad.

Y fue verdad. Doy fe, aunque no es virtud que uno posea y no por falta de buscarla. Pasemos pues a los diversos modos y maneras que practicaban los que tenían el mando en aquellas escuelas, que tal vez, fue el comienzo del fracaso escolar. Conocí a muchos de mi quinta que aguantaron lo indecible (…) y se fueron, antes de enfrentarse a los llamados profesores que eran auténticas autoridades, porque nuestros padres se ponían al lado de ellos sin necesitar explicación.  Progenitores que delegaban – como ahora – en los maestruchos (…) su menguada responsabilidad.  Ahí también empezó el acoso al tabaco, que era como el sexo que es otra historia, un pecado mortal: el tabaco mata, se lee en las cajas de cigarros que se sigue vendiendo y comprando aunque mate, como una mina personal. Como las máquinas tragaperras que a pesar de su nombre se ve en todas las PYMES, como la Coca- Cola en los Centros de Salud, alguna virtud tendrá. Y los carricoches en El Mojón. Y los barracones pre- fabricados.

Pequeñas anécdotas: había un cura católico que fue director de la llamada Academia que es mucho llamarse y que ejercía la tortura con una frialdad brutal. Una vez, una de tantas veces, que se empeñó en que aprendiésemos la misa en latín (…) y ordenaba el recitado, que era cuándo los temblorosos y temblorosas  educandos/as se enfrentaban a la sotana negra. Y que perdían los nervios en el versículo equis, llamémosle así, y entonces el sacerdote que predicaba la bondad decía que usted, señorita desvergonzada, ponga los deditos juntos, ¿vale? Y golpeaba sobre el puño, perdón,  y ví caer la sangre brotando desde la laca demasiado roja para la ocasión. Otro capítulo de la historia que nunca se ha escrito: existió otro cura que fue represaliado porque se enamoró, era el amor, y no podía administrar los sacramentos y lo metieron de maestro y con mando en esa plaza que era la escuelita, do se hizo dueño de una vara de madera buena con dos torondones de goma dura en sus extremos, lo que le convertía en arma temible, dada la pericia de este sátiro lúbrico, que en paz  descanse si puede, porque  muchas frentes irreductibles sufrieron su cólera por no saberse la tabla de multiplicar, cuando pensábamos y creíamos que a los curan los castraban desde jovencitos. Y casi todos – regresamos a las quintas de esas generaciones perdidas como ahora -  se fueron de los estudios porque era mejor la calle que el aula. Y seguimos con otra: el poner al educando (…) de rodillas y de cara a la pared era el más paliativo de los tormentos, aunque a veces se reforzaba colocando un puñado de grava bajo las rótulas de los púberes expuestos al escarnio, dado que los colocaban frente a la carretera, sin que nada ni nadie se compadeciera de ellos; ni sus padres progenitores, que pasaban de ellos, como ahora, porque en este país (llamémosle Canarias), donde se hacen exámenes e ITV para todo menos para traer a una criatura a  este valle de lágrimas y sin medir las consecuencias: los atiborran, a los niños/as a bolsas de papas que vienen de fuera y lo saben, entre otras malas costumbres.

Seguimos con los capítulos de la llamada educación. Una vez me trancó en el retrete del centro (nada democrático ni social) un pequeño profesor (porque era bajito pero animoso y acomplejado),  en el momento en que me tocó echar la buchada del cigarro que compartíamos entre tres gamberros. Tuve mala suerte, porque los camaradas escaparon hacia el pasillo y yo me quedé, cara a cara, con el maestro que me dio patadas, cogotazos, golpes que ya anunciaban las artes marciales (y era chiquitito, insisto) que habrían de venir, y me dejó el cuerpo, aún muy joven para el arrastre y la cara morada como un lirio. Y todo por fumar entre tres. Ese era el delito. Y lo peor era enfrentarse a nuestro padre a la hora del almuerzo donde no había disculpa ni perdón. Y, permitidme (…), que rememore el episodio en que nos comimos la comida, valga la redundancia,  que traía en la fiambrera un estudiante de la costa, más bien gordo y de buena boca. Y resulta que caímos en la trampa que nos tendió uno de la panda que argumentó que ese día “tenía el estómago revuelto y se me quitaron las ganas de comer; si quieren cómanse mi comida…” Y nos la comimos como si nada, tranquilos y satisfechos. Y ese mismo día y  en horario de tarde porque era lo que se usaba,  ya vimos como el que se quedó en ayunas lloraba como un becerro quejándose lastimosamente (después fue concejal ) y la directora que había heredado el cargo del cura resollaba cosa mala, “yo los tranco”, decía, “ellos caen”, como un celador, ahora policía local. Y nosotros, los golfetes atribulados y con el miedo metido en el cuerpo. Y pasaron más de tres meses hasta que una tarde, después de la gimnasia que no era ni gimnasia ni nada (las niñas a un lado y los niños al otro y sin mirarse),  la directora, ay, me dijo: quédate aquí, a mi lado, como si fuera un bolero. Y pa no cansarles les digo que me dio una paliza sabia porque no me fracturó ningún hueso y sobreviví, aquí está la prueba fehaciente, digo. Alguien se chivó. Pero me dejó para el arrastre de ganado, que hoy, oh, es deporte vernáculo.

Pero había respeto, dice un cargador de estiércol o un empleado de banca, había respeto. Aunque el miedo nunca se fue: véase el 20 – N, a proponer.

Y, hay que decirlo, los padres eran aliados de los profesores, por lo que sus hijos, los alumnos, deambulaban en la más absoluta soledad. Todos éramos culpables. Por fumar tabaco (la grifa llegó después de la legión), por robar cochinilla o almendras o por trabarle las piernas casi velludas a la pestiñosa hija de la directora, una heroicidad que costaba muy cara, porque llevaba consigo la expulsión inminente. A propósito: me echaron una vez por poner la suela de mi zapato en la pared que estaba llena de huellas, pero que la profesora recién iniciada se empeñó en encontrar al culpable. Y me encontró. Vagué más de tres días aparentando que iba al colegio hasta que mi padre descubrió el fraude. Lógico y comprensible. Después me readmitieron, no sé por qué. Resumiendo: yo era más gamberro que mis hijos.

Lo peor: que muchas personas inteligentes y con futuro se fueron y dejaron los estudios, hartos de las torturas, sí, que se practicaron en aquellas supuestas aulas del saber. Cuestión que cíclicamente se repitió cuando los constructores de la nada reclutaron a lo mejor de la sociedad joven, los sacaron de los libros y les ofrecieron el oro y el moro (…) y así hasta hoy. Otra cosa es que los ni-nis de nacimiento acobarden a su profesor/a.

El primer IES se inauguró en el año del Señor de 1983. Un dato. Aquí en el oeste, hoy con tanta calidad.

Debo continuar. No sé…, el tema da para mucho, pero como estamos en crisis me da como reparo sacar cosas de atrás, pero que dieron lugar a los que ahora, precisamente ahora, van delante. O no.

Creo que debo continuar. Tal vez ahí empezó la crisis, el fracaso escolar, los malandrines del bloque de la construcción y otros traumatismos que nos acercaron a la falta de vergüenza. Y me dicta la musa enredadora: dile que “el mayor problema de Canarias es el adulón” y lo digo, por si acaso.

Hay que continuar, en positivo, ojo.

Cheche Dorta