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Guía de Isora 27 de Octubre de 2011
Precampaña: todavía
no escribiremos de polìtica
Hasta la fecha mis crónicas han sido
– creo – muy ligeras, aparentemente, y seguiré
hasta dentro de poco intentando que el respetable público con algo de compromiso se involucre (…) en lo cotidiano hasta que tengamos, es un deber, la obligación de hablar de política que es casi todo, porque no hay más que ver los comentarios en las Redes Sociales (una contradicción esclavizante) que vierten los lectores en Internet.
Y que hay multitud de opiniones lo que está bastante bien, ya que descontrola el desprecio por los políticos que, en el fondo, tiene su morbo y así se demuestra. Siempre que no mande la indiferencia, lo peor, y me parece estupendo que es palabra muy cursi y antigua. Entraremos en campaña, si dios quiere, para opinar que no es poco. Lo que uno observa cada día, le anima, que no es poco.

Y hablemos del lujo (…) que parece inmoral y lo es pero que existe, que tiene adeptos y clientes con dinero de sobra dentro y fuera de la crisis, siempre hubo ricos y pobres y se aceptó y se acepta con resignación cristiana, esta frase planetaria del que tiene la sartén por el mango, que puede ser la nueva cocina tan creativa.  Por ejemplo, una cadena hotelera que en este territorio posee un establecimiento para gente rica que cada vez hay más, para llevarle la contraria a los pobres que crecen en la misma proporción, y se anuncia en la prensa con el gracioso titular que reza : ”Tome sus propias decisiones. Empiece por las almohadas”. Y en letra chiquita continúa: “Carta de almohadas, Carta de aromas. Habitaciones selectas con amenities, chect-in-VIP y Lounge privado”. O sea, que hasta un niño lo entendería. Brutal y sutil como la tentación.

Y me viene a la memoria un recuerdo que no sé si lo escribí,  pero hay que repetirlo por lo que tiene que ver con el anuncio del turismo para los indígenas inalcanzable. Me refiero a un ingreso (…) que tuve en la llamada Clínica Verde y en una habitación de tres pacientes, todos adictos al ominoso vicio del tabaco. El trío con la ridícula bata y el suero enganchado al báculo que se deja arrastrar al generoso balcón que da al naciente donde esta un campo de golf. Imagínese el cuadro. Hay que decir que a esas horas ya habían pasado las excelentes y mal pagadas – antes y ahora – las señoritas que le mudan la cama todos los días, las toallas y todo. Y, desde luego, a través de la noche de las clínicas todas, también las enfermeras  que le sacan la sangre a uno como si nada, sabedoras que el enfermo yacente se ha rendido desde que entró al recinto amurallado y aséptico.

Pues bien, después del desayuno que es el momento perfecto para fumar, salimos los tres al unísono, ya digo que enganchados al suero y cara al sol con la batita nueva, ansiosos para encender el cigarro, un placer. ¡¡Aaaaah!!, bramó el compañero veterano, olvidándose de todo, hasta de las pastillas y del potajito, y de las galletas de la merienda. Hasta de las visitas de cumplimiento, ¡aaah! Mientras duró la combustión no hablamos porque había que apurar lo que dura lo que dura, a ver si me comprende, pero cuándo llegó el final, cada uno lanzó la colilla como si recobrásemos el juego del boliche, ¡aaaaaaaah!

Y en ese momento dado (…) miramos a la pradera verde que se extendía, enorme, ante nuestros ojos, porque apareció un carrito muy ecológico, un mozalbete cargado de bastones y un pollo (¿pera?) vestido de primera comunión con zapatos de dos colores, pantalones bombachos y oliendo a colonia, que va y se monta en el vehículo y ¡zas!, se apalanca al otro lado en un decir Jesús, se apea y tranca un palitroque que le sirve el edecán o caddie y hace unos estiramientos, mueve lentamente el torso, levanta el calcañar, otea el horizonte donde no aparece el balcón que ocupamos y se dispone a lanzar la pelotita lo más lejos posible, dentro de lo que cabe. Ahora, creo recordar, maestro Tal, que era el veterano, enciende otro cigarro vencido por la ansiedad que un atávico tic (…), perdón, le llamó a capítulo para hacerle recordar cuándo en esa superficie colonizada por muchas malas hierbas se llamaba Las Madrigueras (un escondite) y hoy era lo que es y que intentamos relatar, que es un campo de golf, generador de turismo de calidad y de muchos, muchos, puestos de trabajo. A la vista está. “Tanta yerba – dijo – y nosotros aquí, los tres en esta barandilla…”

¡Ajá!, dijo la jefa de planta, ¡acuéstense! Y a ti, abuelo, te tengo calado – amenazó – olvídate del Krüger, lo confiscaré y se lo voy a decir a tu nuera, ¿oíste? Una no tiene nada que ver con los recortes ni con los recortables que, reconozco, fue juguete entretenido en mi infancia; así que váyanse tranquilitos a sus camitas, ¿vale?, sí.

Y le obedecimos agachando la cabeza, ocupando cada cual su cama que – todo hay que decirlo – ya tiene un mando a distancia que sube y baja la almohada, como en el hotel de lujo que da entrada a este ensayo sin pretensiones, pero que es real (…) como la vida misma. Y la tele dándose fuego, nunca mejor dicho, de la mañana a la noche. Y seguramente, el sano jugador – pensamos – ya habrá acabado su recorrido, mejorando su handicap y su bajo par.

Cuándo el hospital duerma, volveremos al balcón a mirar la luna que es una justificación para fumar, desenganchados del suero, con nocturnidad y felices de infringir la ley de las matronas. Porque estamos en pre campaña que todavía no es hora de hablar del día después, dónde escribiremos – antes – de lo que fue antes y de lo que pudo haber sido y no fue.

Hoy tocó una habitación de hospital y un campo de golf (¿golfos?), y de que para unos tanto y para otros tan poco. ¡Fuerte llano!, dice el maestro. Y es verdad. Una planicie para un solo jugador con bastón y una pelotita blanca asediada por viruela de diseño, sobre mala yerba o similar. Y nosotros, los enfermos pacientes, fumando en el balcón, casi felices hasta que llegue la jeringuilla.

Total…

Cheche Dorta