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Guía de Isora 15 de Octubre de 2011
La Escuelita
Era de pago (…) y creo que si alguno de los alumnos
no podía hacer frente a la humilde cuota – tal vez un duro
o dos, no lo sé – podía seguir asistiendo a las clases
que impartía la “maestra” que podía enseñar y enseñaba
los rudimentos para hacerle frente a la vida con las armas indispensables: leer, escribir y las cuatro reglas esenciales de la matemática…. ( ¡ )
El alumnado (…) se componía por varones que ya trabajaban sin horario y ninguna prestación: obreros de la agricultura, cargadores de estiércol y aspirantes a sacar el permiso de conducir que era lo máximo o similar. Aspiraciones y labores cercanas hasta el punto que han llegado hasta aquí sin la debida consideración, como la “profesora” que citamos. Un conjunto que era y es, creo, una verdadera ONG y lo demás es bobería.

Imaginemos, pues, la estancia, el aula (…), que era un cuarto decrépito, con tela de saco encalada para ocultar el techo de teja árabe por donde paseaban las ratas; y cuyo mobiliario se componía de la mesa, enjuta, la única mesa de la casa y las sillas que podían ser suplidas por el escaño que formaba la ventana. Y las herramientas del arte de juntar letra con letra hasta que los hombritos comprobaban con asombro feliz lo de mi mamá me mima/ yo amo a mi mamá. O que dos y dos son cuatro, hasta la fecha un axioma sin contestación. O el ejercicio misteriosamente insondable de las tablas de multiplicar que se cantaba sin necesidad de saberse la música que fluía con rubor gratificante. O el descubrimiento del cero, del ángulo de la división, del paso a paso dosificado hasta llegar, más potente que una orla de graduación universitaria e inalcanzable para aquél tiempo, el escribir una carta a la novia con el esperando que usted se encuentre bien de salud, por aquí todos bien gracias a Dios…o llevarse una y comprobar que nadie se había llevado nada, pero que era verdad. O comprar una novelita del oeste y saber – en soledad esencial – quien era el malo y lo contrario, cuestión que ahora no está muy claro. Y, además, que la luz eléctrica era un invento lejano y que el retrete (…) era un agujero practicado sobre el volcán, al que se le echaba, al caer la noche un balde de agua traída por las mujeres de la familia desde el chorro más cercano, porque – naturalmente – no existía el grifo que mana. Ni la tele, que era ficción de locos. Bueno, creo sinceramente que si alguien en aquellas clases se le hubiera ocurrido citar al móvil, sus compañeros se habrían persignado condescendientemente. Y la maestra también, diciendo “el pobre, está desquiciado”.

Hoy, cuándo se nota que la escuela pública peligra, sí, he creído conveniente sacar esta pequeña crónica de mi infancia. Cuándo se despiden en masa a los mal llamados profesores interinos, porque son profesionales que llevan años y años presentándose a unas anacrónicas oposiciones y algunos aprobándolas sin tener su puesto de trabajo, antes y ahora, porque la muy leal y aprovechada escuela “de pago” – nada que ver con la primera parte del relato – ha bajado su presunto prestigio y la iglesia, tan amante de los prójimos jóvenes se ve presa (…) de sus contradicciones y sabe que hay que recuperarla de verdad, apuntándose a la muy rentable ola del fascismo, perdón, acorrala a lo mejor que tenemos; lo más democrático y más humano. Regresar (…) a los colegios religiosos, intramuros, para seguir ensanchando la brecha que, cada vez más, separa a los habitantes de este pequeño planeta. Hoy en la capital de las Españas, dónde el desfile cristianoronaldoide, perdón, hay más colegios privados que público. Apúntelo por hay.

Vamos a permitirnos una licencia afrancesada recordando los aromas de los lápices y de las gomas, que no sé el por qué no se ha recobrado: pocas cosas inventadas por el hombre (y alguna mujer) huelen mejor que lo citado. El lápiz sigue con la mina alta y la goma es una esencia que auguro verla anunciada como eau (o). Creo.

Acabemos por el momento diciendo que el lápiz y la goma, la pizarra y el pizarrín eran los utensilios necesarios, nada más. Bueno, y la atención y el esfuerzo que significaba asistir, después del trabajo (…) a intentar aprender lo poco – o mucho – que sabía la mujer represaliada  por el vecindario y que montó una escuelita en su humilde casa para transmitir y difundir algo impagable. Un duro o dos. Como sus alumnos.

Continuará…

Cheche Dorta