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Guía de Isora 27 de Septiembre de 2011
Pepe Monagas
Decido ir al psicólogo por recomendación de un dentista-
protésico caribeño, no sé por qué, que me empasta lo que
queda de la ferralla de la juventud y sigo su consejo, pido
cita y me encomiendo a los misterios insondables del diván
de Freud o similar. No tengas miedo hombre, me dice la compañera, no te va a pasar nada, verás como te enderezas, hombre. Son nervios, corazón, relájate.
Y voy al psicólogo y recuerdo que ese día no me afeité para dar la imagen, en la primera consulta, de un ser desvalido y necesitado de ayuda.

Me recibe una amable señorita con acento porteño o similar:  entrá vos, colocate en la salita, el doctor te recibirá presto, solo tenés un paciente delante, entretenete con el Hola, cabayyyero…, descansá y hacé un ejercicio de relajación, ¿oiste?. Si, musité; esperaré joven, no hay más remedio.

Después de más de media hora viendo las obscenas revistas que siempre hay en las salas de espera de los médicos de pago-un porcentaje notable de la economía sumergida consentida entre todos -  y viendo las innumerables fotos de la duquesa que se nos casa, se abre una puerta y, en el umbral, aparece un hombre bien proporcionado y sonriente: pasá, pasá, ubicate en el diván y relajate. Entro y me tiendo sobre el mueble dispuesto a que me torturen como en la consulta de un dentista. En el ínterin (…) viene la mujer y me toca la frente; fiebre no hay, dice. Me toma el pulso: relajate vos, relajate…, y me quita los zapatos que, por cierto, ese día no llevaba calcetines de marca y me dio como vergüenza. Ahoritita vendrá el licenciado, relajate. Y me dio un vasito de plástico con agua, tomá, bebé a sorbos espaciados.

Pasó, feliz,  un casi medio neurasténico con los ojos fuera del casco que salía del despacho y se fue después de pagar sin recibo por ambas partes, porque quería salir a la calle y echarse unas buchadas de un cigarro. Y, al rato, entró el psicólogo con una lentitud amenazante, ataviado con una bata casi albiceleste, ¿Cómo le va?-. pregunta,  bien, digo. ¿Duerme bien?. insiste. No, regular, contesto con un hilo de voz, a veces me despierto y ya no duermo más. Bueno, es normal, reflexiona el doctor….¿viste? ¿desde cuándo no oyes los monólogos de Pepe Monagas…? Yooooo, intento ignorar mi ignorancia, ya ni me acordaba…¿está  pasado de moda, no? ¡¡¡No!!!, se soliviante, es un error, hay que leerlo o escucharlo, es muy paliativo y a vos le viene muy, pero que muy bien. De manera que no ha escuchado a Pepe Monagas, ya ni lo recuerda y, sin embargo, ve en la tele los monólogos del club de la comedia, nada divina…? Si, reconozco, si. E insiste el médico: ¿recordá vos aquél cuento donde se decía, más o menos, lo que puede salir de la unión de un ser con otro ser? No. ¿No?, pues seguía, un ser que no puede ser y que la versión original decía que el ser pesaba tres kilogramos de cabeza y medio de cuerpo, ¿sí?, s, pues no es cierto, la realidadddd, es que en nuestro caso es al revés, el ser que no podía ser porque no podía ser, pesaba tres kilogramos de masa corporal y medio kilogramo de cabeza; o sea que es un ser que no podía ser.

¿…y?, inquiero, nada – dice el doctor – usted tiene que recobrar la lectura de don Francisco Guerra Navarro, aunque sea por la causa. Yo también participo de sus justas reivindicaciones dentro de lo que cabe. Pero se lo digo en serio: vuelva a escuchar a Pepe Monagas y aparque el resto. No conozco mejor terapia.

Pero, protesto abatido, es que yo soy canario de pura cepa. No conozco a ese cantante.

Vale, me reconforta, vale; yo le hago fotocopias. ¿Y no me lo puede pasar por mi correo electrónico, tengo internet…? – pregunto como penúltimo recurso -  Si, puedo, pero mejor lo lea, es más lento y le irá mejor. Siga mi consejo,. ¡lo vió?, si.

Le repito ¿Qué puede salir entre la unión de un ser y otro ser?, pues un ser que no puede ser. Aquí entre nosotros y que no salga del diván, me dice con voz baja, aquí se hacen exámenes y pruebas para todo, menos para ser padre. Ahí está el fallo, ¿lo viste…?. Sí.

Pues eso. Escuche, aunque sea en su coche, a Pepe Monagas. Y sólo le receto un tranquimazín por la mañana y si no siente que llegue el sueño, otra media pastilla, antes de acostarse. ¿Lo capta?, si doctor…,digo derrotado. Pues deje la mochila y el Mp-3, y las redes sociales que nunca han sido tan antisociales. Y el Pen-Drive y el perrito que ladra más de la cuenta, antipático; y …, oiga a Pepe Monagas que es mejor que los talleres de risoterapia y los castillos hinchables, ¿viste?, no.

Y me levanto con enorme placidez, dispuesto a comprar las grabaciones de Pepe Monagas que ya no están en los cutres expositores de los bares cutres y acudo a un vicioso de las redes sociales que me dice que puede encontrarse en los mercadillos o en librerías que se niegan a rendirse ante el acoso de la electrónica que dará lugar a un nuevo descontrol.

Tengo internet, sigo diciendo a la hora de pagar (sin recibo por ambas partes)…y me voy.

NB: el relato es recomendable para todos los canarios, especialmente para los malandros que ni ahora dan la cara por Canarias, aunque se lo crean. Que permitieron que esto se llenara de lo que se ha llenado – con rarísimas excepciones – en los años que les interesaba y, que no han leído ni escuchado jamás a Pepe Monagas, aunque parezca mentira. Aunque sí las esquelas, el horóscopo y los innumerables sorteos de juegos de azar.

Sin son islas nos salvamos, pero si son cagadas de moscas que el Señor nos coja confesados…., escribía Pancho Guerra y su personaje que, tal vez, se adelantaron – más que Rato – a la crisis.

Por cierto, me dice un experto en vulcanología (…) que más del 90% de la juventud tinerfeña no ha subído a El Teide, a pesar del teleférico. Un dato nada desdeñable.

Cheche Dorta
Comentarios
El que estaba especialmente presente en nuetro tiempo,es el que decía:siga el rastro de m............ que le colocará en el INEM.