Y hoy visité El Mojón, ese mirador sobre el emporio (…) de la excelencia
turística que se ve allá abajo dónde no se sabe cuántos millones se han corrompido o invertido y que es el más importante centro sanitario del sur de la isla. Ese conjunto de barracones que alguien diseñó y que sigue en activo, sin que el fiscal haya tomado cartas en el asunto. Bueno, pues la cita me la dieron hace un montón de meses, porque la sanidad es como la justicia: lenta pero que algún día llega; a veces cuando el paciente ha dejado de serlo, bien por deceso o por que ya le da lo mismo. Total, si no fueron capaces de echarle el guante a John Palmer, a proponer (ya nadie recuerda el Time Sharing que no era bueno para la imagen, pero seguía ahí, molestando) y poco se puede esperar de estos especimenes que, muy poquitos han ido a esa carpa do acudimos los que no nos queda más remedio. Por lo que fui a ese erial ejemplar (…) que recoge toda la desidia y la poca vergüenza de los que tuvieron y tienen alguna responsabilidad: alcaldes, consejeros, cabildos y autómatas electos. Di lo menos diez vueltas alrededor de esa jaima prefabricada buscando un rincón donde aparcar, a pleno sol y el termómetro marcando más de treinta grados ambientales: no hay sombra, ni una pequeñísima zona verde. Un terraplén rompecoches y un autobar que, poco a poco, se ha ido reciclando, me dicen que ya tienen agua corriente. Y abajo, ya digo, Los Cristianos-Las Américas demostrando que todavía hay clases. Por fin, dios aprieta pero no ahoga, monté sobre una acera casi derruida por las obras inacabables y mentirosas del hospital que no hemos dejado construir entre todos y a buscar la sombra de los pasillos repletos de pacientes, nunca mejor dicho, que esperan su turno, y que hacen uso del producto que es el gran negocio: teléfonos móviles y botellitas de agua para hidratarse. Hasta yo colaboré consumiendo ambos inventos, además del vehículo, a la economía del país; o sea que me mortifico por pecador.
Pero me tocó la silla al lado de otra que un hombre negro ocupaba sentado, firme y muy digno, que aguantaba todo lo que sólo saben aguantar los negros. Y me dijo: ¿tu tener cita? Y yo contesté, timidamente, sí (bwana), tengo cita desde el principio del anterior invierno y ya usted puede ver, tu comprenderme, dije. Sí, yo comprender hermano, pero tu no entender porque tienes el color blanco y a mi no hacer falta, sahib, ponernos al sol para lograr un moreno veraniego. Tu no entender nada. Tu cartilla y papeles, yo ser negrito y mis hijos también; tu no ponerte en mi lugar. Yo no tener calor y tampoco papeles y tú quejarte y beber agua que yo no tener. Yo, anteayer, sentir frio y abrigarme, tu no saber si la hora – cuando cambiar – ser mejor que la de antes o al revés. Tu ser mimoso…¿se dice así?, sí; pues yo negro y espero mi turno. Yo tener botella de agua y ser afortunado, un euro costarme. Tu hablar por invento. Yo ser negro y tu ser blanco. Tu venir, yo llegar. Yo morito y tu no saber de colores ¿tu hablar francés?, me pregunta en perfecto gabacho. No, respondo. Yo oui, ser reflejo de la colonia. Tu no hablar sino jerga. Yo esperar. Tu mucha prisa. Yo ser negro y tu gris. Yo esperar. Médicos muy buenos y las enfermeras también. Yo sano y tu tener colesterol, yo siempre correr mucho, porque de los que corren alguno escapa. Yo escapar. Yo esperar, tranquilo aquí en este sillón de plástico, tranquilo, ¿comprenderme tu a mi, al negro?. No sé… sí, yo estoy entendiendo. A mi tocar consulta ahora, dentro de poco, yo despedirte, tu ir con coche, yo en guagua; no hacer calor, es normal.
Y El Mojón repleto de pacientes que esperan. Y el negrito pensando, muy tranquilo, que, tal vez, antecesores de los alcaldes actuales fueron y son oscuros con gafas de sol a los que no les falta sino hablar. Tu entender, me dice, sí, te entiendo, musito. Tengo el coche sobre la acera vigilado por un seguritas que a ti te castigará al menor fallo, por ser negro, ¿tu entender? ¡claro!, yo entender bwana. No hacer calor, subir la temperatura, pero canario ser mimoso y se abanica y comer polos de yelo, ¿tu comprender?, no. Yo sí, ser negro. Tu no entender lo que significa llevar este color sobre la piel, ¿vale? Sí.
Y sale uno al pargo salado y se pregunta, aunque sea flojo de muelles, el porqué no hay sombra, ni asfalto, ni árboles ni nada: la nada más absoluta; pero sí señales que indican Hospital que habría que volarlas por insultantes mentiras (no ser terrorismo) Pero no: no hay coraje ni nada (cuando éramos ricos se podría haber hecho y no se hizo…) Por eso estamos ensayando lo que nos ocupa. Porque no hay hospital. Barracones que nos retratan como un rebaño quejita, pero que sigue apoyando a los pastores que desde siempre han utilizado al Mojón como “lo suyo”. Y es lo suyo. Basta recordar el nombre con que se han bautizado las calles de Playa de Las Américas, que está abajo. El Mojón, el más importante centro de salud (hacen de todo, pero fraccionado) de la extensa y, dicen, rica comarca sureña y que no ha notado la crisis: es de mampostería y planchas de metal, muy ecléctico.
El Mojón, un antro consentido por todos, que sigue ahí, varado en medio de las madrigueras, nombre con que bautizaron a un coqueto hotel recobrando la memoria histórica del cultivo del tomate sin cotizar. Y con cupo.
Y después de tres horas regresamos en nuestro vehículo automóvil. Y como si de una mimética casualidad se tratara, resulta que mi señora y uno comenzamos a hablar de la siguiente guisa:
-¿Tu querer comer potaje?
-No, yo preferir sopa
-Hacer calor, ¿verdad?
-No
-¿Cuálo?
-Que no, que el año pasado hacer más calufa
-A mi gustar más calor que frio
-A mi no gustar mucha calda, ser diabético y aflojar cuerpo mío.
-Tu caminar
-No
-Yo querer un inciso
-No, yo poner emepetres o la “arradio”
-Etc.
Y llegamos al hogar dónde recobramos la jerga al uso y nos olvidamos de los infinitivos que fue cuándo mi esposa ordenó: ¡tu te comes el potaje, hombre, que es lo más sano que hay! Y obedecí, aunque quedome el reconcomio de no saber muy bien el episodio o la odisea que habíamos sufrido con el negrito, el mojón, la calufa, el carricoche, la cita después del verano, el médico que hoy tampoco vino y la plácida recreación de la canariedad que habíamos vivido en El Mojón, tan cerca y tan lejos.
No se si debe continuar. Ya veremos. Todo es posible, hasta que hagan el Hospital.
Cheche Dorta