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Guía de Isora 26 de Mayo de 2011
La trenza de mi abuela
Entre algunas comedias que uno ha conservado
en la memoria lejana recuerdo la imagen de mi abuela
materna bajo el muy bajito techo de su habitación de
viuda, sabiendo que su marido estaba lejos, casi siempre
entre manglares, ron y bigornias, aunque ella seguía queriéndolo
y que, a pesar de todo, había amor.
Porque la distancia no es el olvido, argumento al que se agarraba el varón, el hombre de la casa que había dejado la familia prolongando una trayectoria enredadora y gandula, un vividor que tal vez no tuvo la culpa, estando allá, trasmarino con guayabera, sin memoria ni criterio, acudiendo adrede y brindando en el momento en que sus tres hijas bañaban a la legítima dentro de la escena de una opera esencial y que muy poco le importó, al hombrito, aunque si mordió la arepa para que la semilla siguiera germinando. Y él, emigrante mientras se sintió fuertito, un musiú sin recorrido al que le daba lo mismo ocho que ochenta, se fumó un puro a la salud de la paternidad, por aquello de que la sangre llama. Una tradición que hay que mantener.

Y recuerda uno como si fuera ayer aquel cuarto dónde un cuerpo desnudo y blanco, muy blanco y muy terso, de pie sobre una bañadera y de espaldas a mi mirada de niño, donde se colocaban tres mujeres: Sita, Ita y Bita, alrededor de ella, su madre,  para cumplir el rito semanal en el que aquella anatomía castigada y lisa, no es una contradicción, se disponía a recibir las abluciones que los dueños de las tuberías llamaban higiene.

Ella, mi abuela, lo recordaba todo, pero tenia por costumbre no hablar más de lo indispensable. Y dejaba hacer. Total…

La primera regla de la ceremonia era desatar y dejar libre a la trenza que recatadamente tocaba a mi abuela en su cabeza de turca aclimatada y muy digna, que era cuando la más chica de la camada ejecutaba esquemáticamente un juego de manos que desprendía el cordón, tal vez rafia tomatera, que aprisionaba la increíble mata de pelo que la madre de mi madre dominaba en todos sus tiempos. Y entonces, aquella mujer que había amado y parido, se mostraba ante mis ojos de nieto desnortado y desvalido como una estatua de sal para no mirar hacia atrás y que sólo esperaba que el baño durase lo que era indispensablemente necesario, en la que destacaba una melena casi infinita que la cubría toda, y ella mi abuela, la madre de todas las madres, así, bajo la lluvia pomposa del jaboncillo, hablaba sin pronunciar palabra alguna como diciéndome que no mires, mi niño, no mires sino para la pastilla azul. El resto es pretérito. Y creo que mi abuela pensó, antes de que la espuma golpease con cariño sus carnes desaprovechadas, un poquito antes que sus greñas exuberantes cayesen como una cascada, rozando casi el agua escasa cargada desde el chorro y calentada al fuego, cuando los inviernos eran de reglamento y las fuentes eran el refugio de todas las pasiones calientes, tibias, frías e infernales. Digo yo…dijo ella, que menos mal que una tiene sus hijas que cumplen, por lo menos, con lo que su padre no les enseñó jamás. Y levanta la mano la mujer para que el estropajo arramble con los parásitos que puedan anidar ahí, en la axila. Y, después, abra las piernas ma,  para que tus partes conozcan – por lo menos de vez en cuándo – la áspera realidad de la viscosa leche y del líquido elemento tan poco cariñoso. Es decir…

Y después del inamistoso contacto del agua, el cuerpo desaparecía bajo una felpa vieja que si pudiera hablar cualquiera sabe…, una toalla con la que se le frotaba la cabeza, sin que mi abuela emitiera ningún sonido, ni queja ni satisfacción y luego, sus hijitas repetían el trenzado con una precisión artesanal. La vestían, y ella, cuando era más abuela que todas las abuelas, se sentaba en la ventana, a mirar a la calle. Y uno se iba, después de recibir de ella, mi abuela, un caramelo guardado en un papelito. Fue, es muy posible, mi primer amor sincero y para ella, mi abuela, un acercamiento al incesto jamás debatido. No es el caso. La realidad (…) es que dentro del papel baso siempre hubo dulzura y detrás del postigo que daba a la calle se veía lo que ella quería ver. Y luego se sentaba en el hueco que tenía un banco anejo con la altura perfecta para dedicarse a la meditación o la sonrisa. Y mi abuela, entre misterio y misterio, decía qué tendrá ese Caracas que abacora a los hombres y no los suelta.

Después del baño semanal, el escenario mostraba su mejor cara con una limpieza cíclica y  ella, mi abuela, armaba su tramoya muy fresca y si algo no le gustaba decía: boberías. Convencida de que la razón no requiere fuerza.

Y era verdad.

NB: todo es política, hasta este artículo aparentemente inocuo. Y es que estamos reflexionando. Ya era hora.

Continuará…, si el azúcar me deja. Tan dulce, pero que los médicos, otra vez, no saben curar. Y eso que es dulce, valga la redundancia como diría un apicultor, porque si fuera o fuese amarga otro gallo cantaría, o no. ¡Ay!

Cheche Dorta
Comentarios
Cheche. Un artículo, como todos los tuyos, demasiado bueno, teniendo en cuenta que estamos a la cola, según el informe PISA. Por supuesto que es político, y a mí, que no soy de lágrima fácil, me hiciste llorar. Tú si me entiendes ¿verdad?
Las abuelas fueron y serán el punto exacto del eje familiar,donde covergen los hilos que se han de separar: como si de una maldición fuera.Las abuelas unen y desunen la implacable realidad;no es otra cosa que el amor y el interés,puntos tan dispares y en eterno contraste.Lo que Dios une el hombre lo separa,¿O es que deben vivir siempre las abuelas?tanto que aprender y tanto que perder y sin embargo la verdad está ahí afuera,como dice la introducción de la famosa serie.Y es que yo tambien recuerdo a mi abuela,la paterna pués la otra solo recuerdo lo mas triste.Mi abuela era la madre de todos mis primos y la madre de mis padres y de mis tíos donde en torno la familia giraba en perfecto equlibrio luego se fué como se van los sabios y sobrevino el frío y el calor de los extremos invadió la familia y aunque hacen ya mas de veinte años, la familia se niega a despegarse definitivamente porque quizá ese sentimiento de familia unida se niega a ignorar aquel fenómeno que era mi abuela:la madre de todas la abuelas.
Un abrazo amigo.
Cuando desaparece la abuela, la familia, "queda desperdigada como los restos de un naufragio".
La trenza,el luto eterno, el rosario en la mano,el santiguarse perenne siempre en sus gestos.Yo también recuerdo a mi abuela.El desinterés por las cosas materiales, como si eso fuera una carga a la que ella nunca humilló su espíritu.