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Adeje 27 de Eero de 2011
Los intocables
Lo acaecido en Adeje y denunciado por la oposición, es decir, que los errores cometidos por el alcalde tendrán que ser pagados por los ciudadanos, debería abrir un serio debate sobre la responsabilidad de este señor y de los demás “servidores del pueblo”.
Lo ocurrido en este municipio no es un caso aislado de la administración adejera, sino que es una situación escandalosamente generalizada que abarca a todo el inmoral mundo de la política. Por mi parte no es la primera vez que toco este argumento. Otros periodistas o compañeros se han enfrentado a esta distorsión democrática y denunciando, ellos también, este deshonesto sistema, sin conseguir ni el más mínimo debate entre la población.

Por desgracia lo que antes era un cargo para el interés comunitario, aunque debidamente remunerado, se ha trasformado con el tiempo en una profesión, en un refugio  para gente que si dejase este cargo probablemente no sabría qué hacer en la vida normal.

Se aprovechan de unas elecciones, que por interés definen como democráticas, para hacer y deshacer lo que les da la gana, olvidándose de promesas, programas, principios morales, “protegiéndose” a costa de todos nosotros. Nadie, que se sepa hasta ahora, ha asumido el coste económico de una actuación o decisión mal ejecutada, ni tan siquiera alguien ha tenido el valor de admitir su error o su mala gestión. Ninguno de ellos admite un error, un desliz o un despiste, cosa que es humana. Están en el Olimpo donde nadie se equivoca, todo es justo y justificable. La responsabilidad individual, personal, moral, es algo para los que se alojan fuera de este corrompido Olimpo.

Recuerdo un hecho histórico, un ejemplo que se dio en Italia, ocurrido bajo la presidencia del primer jefe de Estado Luigi Einaudi. Este señor pagaba de su bolsillo, hasta los impresos para sus correos personales. Hoy esta forma de ser es considerada inaudita porque lo usual es no recurrir al dinero de todos, ahorrando el propio.

En todo el mundo, y en concreto en nuestras islas, estos señores se están dedicando a la política basándose en sus propios intereses, para asignarse a sí mismos, todos los posibles beneficios.

¿Y la gente, los de a pié que sabe y asisten a esta dilapidación, que?  Nada, porque los malos ejemplos siempre se contagian, en especial cuando se habla de dinero y de tomar el pelo a los demás,  piensan que si ellos estuvieran en la misma situación, harían lo mismo…

Claro que, no es un problema solamente de los políticos el rendir cuentas por su comportamiento, pero sí debería serlo en especial para ellos. Es precisamente aquí donde debería ser implícito, parte fundamental de la función de un político, tanto moral como económicamente.  Es decir que no puede ser que un político haga lo que le guste y no se haga responsable directo de lo que hace o ha hecho.

Cuando denunciamos hechos como estos, u otros que tocan a miembros del Olimpo, siempre nos responden: Váyanse ustedes a los tribunales, algo que debería ser automático para la justicia con J mayúscula.  Así que uno, de repente, piensa satisfecho que en esta democracia existe, al fin, el sistema para defender los derechos de los más débiles.

Amarga sorpresa, amargo despertar después de esta tentativa. Porque cada cual habrá comprobado la inutilidad de esta “democrática y no siempre gratuita” defensa. Descubrirá, el desesperado ciudadano, que estos señores del Olimpo, estos que todo lo pueden, se han infiltrado en todas partes. Y al ver determinadas sentencias nos lleva a pensar que también se han infiltrado en la justicia.

¿Nunca acabarán los abusos, el nepotismo de esta casta de los intocables?

Claro que no. Porque en todas las cosas que tocan a esta clase de “todo poderosos”, en definitiva de “gente sin ley” lo único que se necesita es el despertar de la gente, el querer una democracia plena o, por el contrario visto lo visto, hace falta una verdadera revolución, con el permiso de los señores.

Por el contario no hay remedio aunque alguien manifiesten buenas voluntad de cambio, todo se re trasforma en una ulterior engaño y mentira.

Benito Capone