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Tenerife 18 de Julio de 2008
La eutanasia tema pendiente
En los últimos días ha surgido la concurrencia de un tema
polémico como es la Eutanasia, que de nuevo ha ocupado
las primera paginas de los periódicos, quizás porque puede
ser una manera de desviar la atención de la situación de crisis económica en la que nos encontramos inmersa, y los argumentos expuestos con motivo u ocasión de la reforma del Código Penal del 95, han vuelto a reproducirse con la misma posición según sea el rol que se detente médico o jurídico.

Sin embargo, en ambos roles hay un nexo común, que en el caso de los médicos en su calidad de asistente a los enfermos implica que ante la exigencia o necesidad en el tránsito del enfermo de la vida a la muerte, se enfrenta muchas veces con el dilema de continuar o no con un tratamiento del que razonablemente, no puede esperar que alcance sus objetivos fisiológicos, en una sola palabra ve que a todas luces que el mencionado tratamiento es inútil. Ya que no ofrecen esperanza razonable de beneficio al enfermo, sino que suponen una carga para el mismo, y su entorno, retrasando la muerte inevitable y prolongando una vana agonía.]

El médico, a la hora de decidir prolongar la continuidad de una vida en estas circunstancias, debe considerar que el tratamiento a aplicar para esa supervivencia no se haga en condiciones infrahumanas. En este sentido, hay muchos casos en que el médico puede lograr que el paciente sobreviva milagrosamente y se mantenga en estado vegetativo o similar. Esto, si bien puede ser admirable desde el punto de vista estrictamente científico, es dudoso que merezca el mismo calificativo desde otros puntos de vista.

En efecto, en casos como el de Karen Quinlan, se puede observar un encarnizamiento terapéutico, que transforma quizás inintencional-mente, a la persona en un medio para el avance de la medicina, y no en un fin en sí mismo como debe serlo. Me pregunto, ¿se puede sostener que Karen Quinlan en el estado que se la mantuvo con vida durante nueve largos años pudo o no ser ella misma? Creo que la respuesta es innecesaria. Es más, podría, sin temor a equivocarme, afirmar que en casos como éste el actuar médico vulnera el principio de no maleficencia.

Pues debemos afirmar que la función de los médicos debe estar orientada a buscar el bienestar de su paciente, dentro de un marco de dignidad y decoro para la continuidad de la vida del enfermo, y no simplemente en la prolongación de una vida vacía de contenido, y por el simple hecho de desafiar lo inevitable. Creo que el médico en ciertos momentos, en lugar de jugar a ser Dios, debe ceder con humildad y grandeza ante otro colega, la muerte, quien alivia todo sufrimiento y, quizás, hace entrar en la felicidad eterna.

Y en situaciones en los que la vida del enfermo esta desprovista de toda dignidad posible y se circunscribe a días, meses e incluso años, ligados a artefactos que le posibilitan la supervivencia. Pero, ¿a qué costo? Creo que muchas veces se torna excesivo el sacrificio al que se somete a estas personas para mantener encendida una vida que “ya se apagó”, quizás por ensañamiento médico, egoísmo o esperanzas infundadas. Me pregunto: ¿Qué es mejor: vivir inconsciente, padeciendo, sin chances de mejoría una vida que no es tal o alcanzar una muerte, que muchas veces es más digna que la propia vida? Es más, hay quienes afirman que la muerte no es la antítesis del derecho a la vida, sino su corolario, ya que una defensa a ultranza de la inviolabilidad de la vida humana puede llevarnos a situaciones extremas y éticamente insostenibles, en las que se pide fidelidad a una existencia física meramente biológica que implica esfuerzos financieros y técnicos de gran envergadura, pero lesiona, más que beneficia, los intereses del propio paciente] Me pregunto, ¿qué razones tienen los terceros para interferir un proceso inevitable, como lo es la muerte de la persona en estos casos, más cuando ni siquiera se sabe qué es lo que le aguarda con posterioridad a la muerte?

Juan Manuel Fernández del Torco Alonso
Doctor en Derecho y Magistrado Excedente